domingo, 5 de julio de 2009

Relatos Urbanos

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DÍA EN EL PSIQUIÁTRICO
por © Julio Cabezas G.
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Una bruma extraña cubre la mañana.
Tras los cristales empañados con vaho caliente, emanado de respiraciones y cuerpos adormecidos, una gota presurosa se desintegra empujada por el viento.
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Al descender del microbús, percibo el hálito frío en las calles que acogieron mi infancia. Sigo el camino, bordeando la Morgue y ya no se huele el fresco aroma de manzanas ni veo a aquellos amigos grandes, los “amigos de los muertos”, que recordaba de mi niñez.
Me interno hacia el rincón noreste del Hospital, donde un antiguo letrero blanco con letras azules, da la bienvenida:
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POLICLÍNICO DE PSIQUIATRÍA
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Al entrar, el aire gélido del interior inunda mi cuerpo.
Avanzo por el pasillo en penumbras e instintivamente, busco la luminosidad del patio interior rodeado por ventanales. Me asomo y la tierra aparece resquebrajada por un único árbol que eleva sus ramas desnudas sobre las canaletas carcomidas y los techos oxidados.
Desde la sala de espera, pacientes y acompañantes en sepulcral silencio, miran con descaro cada nuevo espectro que se detiene frente a la ventanilla de atención. Sosegado, observo desafiante cada rostro y penetro en las pupilas, como queriendo excusarme, gritar que no estoy demente: que no soy paranoico ni bipolar. Es inútil, cuarenta ojos que brillan en la opacidad del ambiente, parecieran contener la misma y resignada respuesta: ¡Tranquilo, no te preocupes, eres de los nuestros, te comprendemos y apoyamos!
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La escena, me hace recordar las terapias en películas de alcohólicos:
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- ¡Hola, mi nombre es Julio y soy alcohólico!
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- ¡Hoooola Julio, bienvenido, TE QUEREMOS!
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¡Qué sátira irreal!
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NO, NO, NO. Todo mi ser interior rechaza esta vinculación, mi mente huye, se agita, corre como el viento sobre los ríos y canales desbordados, hasta posarse en algún tranquilo paraje de mi sur natal. Pero no, estoy aquí, casi atrapado por un destino que no es mío, una realidad que no me corresponde y de la cual reniego.
Temblando de frío, me acerco a una añosa ventana y me siento entre los pacientes psiquiátricos que, parecieran acogerme con sus sonrisas, con sus miradas; con sus manos que evocan a los cementerios: ven, ven, ven.
Abro un libro de Albert Camus y trato de evadirme leyendo, pero la voz dura del hijo que se dirige a su madre me despierta:
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“Yo te dije que hoy no te podía acompañar porque, tengo mucho que hacer. ¡Mira la hora que es! ya llevamos dos horas esperando, saca hora para mañana; mañana te acompaño. Ya te dije que hoy, tengo mucho que hacer y todo el tiempo que he perdido por acompañarte”.
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La mujer, sumisa, otorga su cariñosa contemplación de madre y en silencio le ofrece un chicle que, el querubín, rechaza despectivamente.
¡Con este hijo cualquier madre estaría loca! -pienso-.
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Se abre la puerta y el psiquiatra, llama a un tal Paul X.
¡Gran sorpresa!, descubierto en su secreto evasivo, el hijo saca la interconsulta y con diligencia sumisa, casi corre hacia el médico. No era la madre, era él. ..¡Loco con interconsulta!
¡Increíble!, el tipo bien vestido, zapatos lustrados, buena dicción; pero tenía el “quinto piso vendido”, ni siquiera arrendado:
V.-.E-.N-.D.-.I.-.D.-.O
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Obviamente, viene el cuestionamiento social, lo que se evadía, lo que se negaba, lo que nunca se había querido conversar: cuántos y cuántas tienen buena pinta, hablan bien y rechazan la comida a sus madres. ¿Cuánta lucidez aparentan? ¿Cuánto arrendado tienen el quinto piso? ¿Cuánto vendido?
Las preguntas dispersas se aglomeraron en mi cabeza, como virutas atraídas por un imán, al tiempo que una tos, brota de lo más profundo de mi ser y hace retumbar la catacumba de los orates; mi cerebro también. Despierta uno que dormía en los asientos de atrás, se levanta rascándose los parásitos de la ingle y con la misma mano, ofrece cigarrillos a toda la sala de espera. Nadie acepta y se va cantando irónicamente: "el mundo está loco, loco..."
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Sentada a mi lado, se encuentra una chica de cara hermosa y crespo cabello, aplaude, se mueve, balbucea con un amante imaginario; lo acaricia y saca cuentas con los dedos. No muevo ni un sólo músculo para no llamar su atención, sólo observo por el rabo del ojo, aparentando leer. Transcurre sólo un momento y una mujer, se acerca para aconsejarme que no me preocupe, que todo va a estar mejor, que así es la vida y hay que aceptarla. La miré incrédulo e inventarié su atuendo: sombrero de lana negra, abrigo blanco manchado de grasa, pantalones rojo furioso con pelusas, calcetas jetonas negras; chalas blancas con terraplén de corcho y una cartera roja de los años veinte.
Era la madre del tipo que me miraba y sonreía, afuera, cuando contesté el celular y fumé un cigarro. ¿Qué motivo di a las palabras de esa extraña mujer y a las sonrisas de su hijo? ¿O las sonrisas del hijo dieron lugar a las palabras de la madre?
Al cabo de algunas meditaciones, concluí que el tipo, además de estar deschavetado, era maricón y su madre vestía como lo que era: la alcahueta de su hijo.
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Extrañas fantasías me inundan, veo en cada persona un agresor potencial que quiere apoderarse de mi alma y de mi lucidez. No quiero estar acá, no es mi lugar. Es cierto, reconozco que actúo de forma políticamente incorrecta: soy leal a mis principios, sigo mis convicciones interiores, defiendo apasionadamente mi postura y reclamo por mis derechos; soy despiadadamente sincero mirando a los ojos; hasta irónico si quieren:
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¡P-E-R-O-N-O-E-X-A-G-E-R-E-M-O-S!
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La sección de internos, transmite algo neutro, extraño e indescifrable en la miradas, descolorido y sin brillos. En las mentes de los insanos, percibo voces y sufrimientos imaginarios que, inducen al encuentro más íntimo con despiadados demonios interiores: envuelven, atrapan y succionan la realidad.
No existe inteligencia compartida en las conversaciones, salvo para el tráfico de cigarrillos o llamadas de celular. Rostros huraños se esconden tras revistas que no leen o en la teleserie que no entienden o en murmurantes y monótonos paseos por el vestíbulo.
Los más sociables “son fumadores” y se reúnen en un patio mixto, sentados en sillas descascaradas; rodeadas con brotes del pasto invernal. La patética vista no les alcanza más allá de los murallones sin estuco, adornados con barrotes, palos podridos y rejas de gallinero: ¡una cárcel para diluir la mente!
El jardín lo adornan naranjos amargos y sus frutos coloridos, contrastan con el 'verdeoscuro' follaje en que pululan las aves, ajenas a las miradas oligofrénicas que, se entretienen absortas en algún punto indeterminado o en los humeantes cigarrillos.
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De pronto, rompe mis evasiones, una señora mayor que pasa a mi lado, dejando ver sendas areolas a través de una camisa traslucida. Escabulléndose de los ojos celadores, sube a una silla y dirige su mirada a lo más profundo del abismo, "cuarenta centímetros más abajo": quiere suicidarse.
En tono amoroso y de fraternal lucidez, otra interna le aconseja:
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“Chepita, bájate de la silla, mira que te vas a caer y te quebrarás un pie y si te quiebras un pie, ya no vas a poder subirte a la silla para suicidarte”
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¡QUE CONTRADICCIÓN! me inunda el vértigo, no quiero estar más acá, no es mi lugar.
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La doctora me llama, el trámite está listo.
"Sólo falta que le traigan los útiles de aseo, bata y zapatillas de levantarse" -me dice-, muy agradecido, respondo.
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Me despido y salgo rápidamente del Psiquiátrico, dejando internada a una de tantas personas agobiadas por la absurda realidad.
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Una vez en la calle, hago descender el nudo de la garganta tragando saliva, respiro profundo y elevo el rostro para recibir la lluvia.
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por © Julio Cabezas G.
LANCO – Valdivia
Región de Los Ríos – CHILE

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"DÍA EN EL PSIQUIÁTRICO", es parte de una serie de 70 relatos urbanos, escritos a partir de 1988 y que narran diferentes situaciones; vivenciadas o inventadas.
En particular, esta historia nos introduce a un mundo desconocido y escalofriante, permitiendo cuestionar los "límites de la amistad" o visualizar temores ocultos en cada uno: "el miedo a la locura".
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Escrito relacionado: Calendario por Jacqueline Lagos
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